Entre las Once y las Doce
¿Es factible que, en un momento determinado, el tiempo —o la medida que hacemos de él— simplemente se pierda?
Sucede que dos personas decidieron amarse...
Pero había un problema.
Ellos, o mejor dicho, su amor, era atemporal.
(No en el sentido romántico y trillado de “el amor que detiene el tiempo”. No. Era algo más profundo, más extraño.)
En el presente, ambos sabían que existían, que estaban ahí. Se pensaban, se sabían. Pero cuando era la hora de estar juntos, el tiempo no existía. Ella vivía en el ayer del hoy de él. Él habitaba el mañana del hoy de ella.
Se encontraban, sí… pero en un limbo. En un espacio suspendido entre dimensiones, donde ni siquiera el tiempo era capaz de seguirles el paso. Un amor muerto-vivo, o mejor dicho: vivo fuera del tiempo.
Entre las once y las doce —solo entonces— se abría una grieta. Un intervalo mágico en el que todo dejaba de tener lógica. Durante esa hora el mundo parecía disolverse. Para ella, era ayer para ser hoy. Para él, era mañana para finalmente llegar. Y en ese instante compartido, ayer-hoy-mañana se fundían como una espiral sin sentido, sin forma, sin medida.
Un punto en el que el tiempo perdía sus coordenadas.
Un amor que burlaba las reglas. Que no pertenecía a ninguna hora, ni minuto, ni segundo. Un amor que no sabía de calendarios, ni relojes, ni vencimientos.
Un amor sin cuentas.
Comentarios
creo que la tortuga se lo robó
la tortuga de Sabina la de la canción segurisimo fue ella.
en estas circunstancias el amor se vuelve fatal puesto que como se dice termina burlándose de los protagónicos y atestandoles pastelazos cada tanto y con muy buen tino.
... voy a ajustar mi reloj
El autor recibió los pastelazos respectivos y la leccción fue aprendida...
Desde entonces mi reloj fue ajustado