Confesión


 

Quiero contarte un secreto.

Algo que guardo muy dentro del pecho.
Algo que no pude decirte cuando aún estabas aquí.
Algo que me quema.
Algo que me persigue.
Porque tú ya no estás.
Y tengo que soltar esto… aunque me destruya.

Necesito aliviar mi carga.
Olvidar —o al menos entender— todas mis penas.

Sabes bien que hicimos muchas cosas juntos.
Muchas.
Y todas ellas, por la noche, me atormentan.
Porque yo te obligué a ir.
Insistí en que fuéramos, aun cuando tú no querías.
Yo lo sé. Yo lo recuerdo.
Y es por eso que vengo hoy a confesarte la verdad.
Para que sepas que yo fui el culpable.
Desde el principio.

Yo lo planeé.
Desde el momento en que te conocí, supe que te quería solo para mí.
Ese día discutimos. Sabía que volverías, pero me preocupaba con quién lo harías.
Discutimos —por tus amigos—.
Sentía celos. Muchos.
Te lo dije mil veces. Tú solo reías y murmurabas: "no te preocupes..."
Pero ¿cómo no hacerlo?

Entonces lo planeé.
Todo estaba listo.
Solo faltaba… atreverme.

Y fuiste tú quien me empujó ese día, cuando saliste por la puerta.
Una furia indescriptible me invadió. No pensaba en nada más.
Solo en verte muerta.

Esa era la única forma.

Te seguí. Tal como predije, estabas con ellos.
Fingí que todo estaba bien. Te dije que necesitábamos hablar.
Me creíste.
Ellos no.
Pero tú sí.
¿Por qué?

Si tan solo no lo hubieras hecho…

Cuando nos fuimos, tomaste mi mano. Solo dijiste: “vámonos.”
Abrí la puerta del coche. Todo comenzó.

Lloraste. (Admiro que no lo hicieras antes. Siempre fuiste tan fuerte…)
Yo grité.
Cuando me calmé…
Era demasiado tarde.

Tú yacías frente al lago.
El mismo lago donde hoy te hablo.

Todo pasó tan rápido.
Mi ira, toda esa furia, te la descargué encima.
Creo que ya lo sabías.
Lo esperabas.
O, de lo contrario… te habrías quedado con ellos.

Yo te obligué a ir.
Y ahora… tan solo yaces aquí.

Tuvo que ser así.
No hay marcha atrás.

Pero ¿sabes qué es lo que más me atormenta?
No es que estés muerta.
Es que me creíste.

Viste el arma.
Viste mi cara.
Viste mi expresión.
Y aun así, viniste conmigo.

Me creíste.
Creíste todas y cada una de mis mentiras.

Y por eso estoy aquí.
Para que sepas que hice mal.
Por no quererte como tú lo hiciste conmigo.
Por no creerte.
Por obligarte siempre a hacer lo que yo quería.

Ahora lo entiendo.
No volverás.
Sí… eres mía. Siempre lo serás.
Pero ya no estás viva.
Ya no habrá quien me escuche. Quien me abrace.
Quien me entienda.

Te fuiste.
Yo hice que te fueras.

Perdóname…
No, no. No me perdones.

Fueron los celos.
Fui yo.
Pero… ¿por qué no me detuviste?
¿Cómo pudiste aceptar todo esto?

(Esa serenidad en tu rostro… esa resignación…
Son las que no me dejan dormir, no me dejan respirar…)

Por eso estoy aquí.
Frente a este lago, donde te vi morir.
Ya lo he dicho todo.
Ya lo sabes.
Siempre lo supiste.

Yo fui el culpable.

Y ahora, te devuelvo el favor.
Voy a morir aquí, frente a ti.
No sufriré como lo hiciste tú.
Pero te lo prometo: en el infierno, sí lo haré.

Desde el cielo —desde esa nube donde siempre estuviste—
podrás verme caer.
Verás cuando reciba mi castigo.
Y todos mis días de agonía no se compararán
con esos minutos en los que tú sufriste.

Pero es lo único que me queda por hacer:
sufrir.
Sufrir por toda la eternidad.

No espero tu perdón.
No deseo tu compasión.
Solo el castigo.
Solo este calvario sin fin.




Comentarios

Fernanda Zepeda ha dicho que…
creo que aalguien se siente culpable

Entradas populares de este blog

¡Qué demonios!

Fantasma del pasado

De 2012 a 2025