Gerardo.
Gerardo llegaba a clase con el mismo fastidio de siempre. No soportaba a la maestra ni sus comentarios sarcásticos. Con paso lento, caminaba por el pasillo, rogando que algo —una alarma, un accidente, lo que fuera— lo detuviera. Pero no, nunca pasaba nada. Siempre llegaba sin contratiempos.
Y siempre, al llegar a la puerta, repetía con resignación:
—Este será mi último día.
Pero nunca lo era.
Hasta que una tarde, al entrar, algo había cambiado:
La vieja maestra ya no estaba.
En su lugar, una mujer joven, de sonrisa amable y mirada brillante, escribía su nombre en el pizarrón.
—¿Qué pasó con la otra maestra? —preguntó Gerardo.
—Ya no volverá. A partir de hoy, yo estaré a cargo —respondió ella sin más.
Con el tiempo, Gerardo notó que algo en él cambiaba. Se reía más, hablaba más, sus bromas parecían tener un solo destinatario. Y lo mejor: ella también reía.
No era solo su imaginación. Sus compañeros lo comentaban: “La maestra te trata diferente”.
Entonces, cansado del juego sutil, del coqueteo disfrazado de clase, Gerardo hizo algo que nunca había hecho.
Al final de la sesión, mientras todos salían, se acercó al escritorio, dejó un pequeño papel doblado sobre sus apuntes y dijo:
—Nos vemos el viernes.
Ya sola en el salón, Karla abrió el papel. Sonrió.
“Karla, te espero el viernes después de clase para ir a tomarnos una copa.”
Comentarios
que cosas, y pss todo puede suceder, aunque no tan simple.