Y esa noche, al abrazarla. Poco había cambiado, ¡casi nada! excepto que en esa noche, al acercarse y tomarla; ningún sentimiento se produjo, al contrario una duda surgió producto de ese abrazo -¿¡Qué hago aquí!?- se preguntó con sus brazos rodeándola.

Al apoyar su cabeza en sus hombros la duda lo abordó, -¿sería ella la verdadera? ¿acaso así (con ella), quiero estar?- continuaba cavilando con sus brazos bien atados a ella. Y ese abrazo duró bastantes preguntas como para preocuparle. Suficientes como para hacerlo alejarse de ella e inventar una serie de incoherencias con tal de poder alejarse de ese momento y de sus miedos.

Corrió, subió al auto, lo puso en marcha y ahí se quedó. Impávido. Inerte con las manos al volante y viendo al frente, perdido en sus propias ideas se alejaba poco a poco a través de sus miedos y de sus demonios.



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