Carta para no volver (Alejandra)
Aunque —es triste decirlo— lo haces muy a tu manera:
para reprocharme, insultarme, para desahogar el hecho de que la vida no me dejó quererte.
No soportas que yo siga como el viento,
viviendo mi vida.
No lo soportas.
¡No lo soportas!
Me llamas cobarde, entre muchos otros nombres que no merezco.
Pero no entiendes algo:
dejar ir no es rendirse.
No es escapar.
No es tomar el camino fácil.
Es aceptar —con todo el peso que eso conlleva—
que hay cosas que simplemente no pueden ser.
Y yo lo supe desde el momento en que me accidenté.
Desde ahí entendí que tu forma de ser y mi necesidad de paz
nunca iban a convivir en el mismo espacio.
Crees saber cosas de mí…
pero no sabes mucho.
O tal vez no sabes nada.
Por eso insultas mi nombre.
Por eso lanzas piedras que nunca tocan tierra firme.
Fuiste, simplemente, otra persona que pasó por mi cama
y no trascendió.
Por tu forma de ser.
Tú lo arruinaste todo.
Y ahora no queda más que eso:
olvidarte.
Seguir adelante.
Y, sí, lo admito… en algún momento llegué a pensar que eras diferente.
Pero no lo fuiste.
Fuiste básica.
Fuiste manipulable.
Fuiste esa mezcla cruel entre dulzura fingida y rencor permanente.
Todo esto pudo haber sido solo un sueño.
Pero tú insististe.
Una y otra vez.
Primero con dolor.
Luego con desprecio.
Y al final, con ese rencor tan tuyo…
tan inútil.
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