Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2009

Tú y yo nunca nos encontraremos...

Cuando por fin encuentras aquello que buscabas — eso que esperaste toda una vida, eso que anhelabas con cada suspiro, ¿te da miedo? No. Claro que no. Pero entonces... ¿qué es lo que sucede? ¿Por qué no puedes ser feliz? Quizá porque, en el fondo, ni siquiera sabes qué es la felicidad. La has convertido en un ideal, una meta siempre distante. Y cuando por fin la tienes delante, no la reconoces. Porque la felicidad ha estado ahí. Siempre. Silenciosa. Constante. Pero el ser humano codicia más, quiere más, mira más allá, se obsesiona con lo que aún no tiene y, en esa necedad, se hunde en la amargura. Y lo que siempre quiso, cuando finalmente lo tiene al frente, se convierte en otra carga, en otra duda, en otra insatisfacción. Porque lo simple no le basta. Porque su avaricia lo condena. Entonces dime: ¿Ahora que lo tienes...? ¿Cuánto te durará? ¿Cuánto lo apreciarás...? ¿Lo aceptarás?

A la expectativa.

El secreto del amor es que, a veces, es tan simple que se vuelve complejo. Su naturaleza —como si tuviera voluntad propia— es la de la complejidad. Porque si fuera realmente simple, quienes lo encontraran jamás se sentirían afortunados. El amor, entonces, no solo se vive... también se descifra.

Gerardo.

Gerardo llegaba a clase con el mismo fastidio de siempre. No soportaba a la maestra ni sus comentarios sarcásticos. Con paso lento, caminaba por el pasillo, rogando que algo —una alarma, un accidente, lo que fuera— lo detuviera. Pero no, nunca pasaba nada. Siempre llegaba sin contratiempos. Y siempre, al llegar a la puerta, repetía con resignación: —Este será mi último día. Pero nunca lo era. Hasta que una tarde, al entrar, algo había cambiado: La vieja maestra ya no estaba. En su lugar, una mujer joven, de sonrisa amable y mirada brillante, escribía su nombre en el pizarrón. —¿Qué pasó con la otra maestra? —preguntó Gerardo. —Ya no volverá. A partir de hoy, yo estaré a cargo —respondió ella sin más. Con el tiempo, Gerardo notó que algo en él cambiaba. Se reía más, hablaba más, sus bromas parecían tener un solo destinatario. Y lo mejor: ella también reía. No era solo su imaginación. Sus compañeros lo comentaban: “La maestra te trata diferente”. Entonces, cansado del juego sutil, del co...

Dolor

¿ Aquel sentimiento dentro de su pecho que era? Parecido al dolor, con un tinte de amargura y una sujeción en la garganta que se hacia presente a cada trago era lo que sentía que lo sofocaba. La soledad jamás se había sentido tan álgida, y aquella música lo único que lograba era asentuar más ese hecho. En un mundo lleno de personas, él sentía que jamás podría llegar a congeniar con nadie y que la felicidad -de existir- era algo que tan solo se mostraba superficialmente mediante una sonrisa. En la noche ese tipo de pensamientos lo abordaban, no sabía que hacer de su vida, ni que es lo que ésta misma, le depararía. En ocasiones pensaba que lo que llegara estaría bien y que lo aceptaría, pero inmediatamente después las dudas lo abordaban y comenzaba a sentir el peso del mundo -¿Qué, si muero?- se preguntaba. Concebir su propia inexistencia le causaba un temor demasiado insondable del que no salía si no hasta quedarse dormido. Al amanecer entre la calidez de los rayos de sol que come...

SÁLVAME

Imagen
Lucía, desde la penumbra de su habitación, mira por la ventana. Espera. Espera que alguien aparezca. Alguien que la saque de ahí. Ya está cansada de vivir bajo esas sombras que no la sueltan. Anhela que, una vez más, los rayos del sol atraviesen el complejo, que la alcancen, que la abracen. Quiere sonreírle al cielo. La oscuridad fue tolerable un tiempo, incluso cómoda. Pero ahora... ahora es incontenible. A veces, parecía que las sombras retrocedían. Pero bastaba con que ella intentara asomarse más allá del pasillo, para que se alzaran con furia y trataran de devorarla sin piedad. Entonces, aterrada, volvía a su lugar de siempre: la ventana. Su trinchera de luz. Cada día, esa mancha lóbrega se acerca un poco más. La observa, la ronda, pretende engullirla. Y ella... ella reza. Reza porque el siguiente rayo de sol sea lo suficientemente fulgente como para disipar la oscuridad. Con el dedo tembloroso escribe sobre el vidrio empañado: “Sálvame” —esperando que la luz lo lea y la envuelva, ...

Fernado y María (el ascensor)

Imagen
Y ahí estaban los dos , de pie, bajo una tenue lámpara que tintineaba con cierta nostalgia. Fernando sentía cómo su corazón retumbaba en el pecho, mientras María aguardaba —serena, expectante— a que Fernando la besara. Pero ¿cómo llegaron hasta ese instante? Para entenderlo, hay que retroceder algunas horas, a un baño aún envuelto en vapor y a un espejo que comenzaba a aclararse. Fernando acababa de salir de la ducha. Envuelto en una toalla, limpió el cristal empañado y se miró con detenimiento: aún joven, aunque ciertas arrugas comenzaban a esbozarse en su rostro. Se preguntó si la cita saldría bien, si habría tema de conversación, si ella reiría con sus chistes. Pero se obligó a dejar de pensar. Había aprendido —a la mala— que la vida rara vez sigue el guion que uno escribe. Así fue, también, cuando habló por primera vez con María. Caminó hasta su habitación, donde una camisa a rayas y un pantalón esperaban su turno. Se vistió, se peinó con cierto esmero y se roció colonia con la sec...